Artículo: Letras sin idioma

Letras sin idioma
por HILDA&DIEGO
En Bangkok y en Berlín, en Oaxaca y en Oslo,
una letra sigue siendo una letra.
Un trazo. Un signo.
Un fragmento mínimo de lenguaje.
Pero no hay una sola forma de habitarla.
Una A colgada del cuello no significa lo mismo en una mujer que habla árabe,
que en alguien que creció en Medellín,
en una editora francesa que se muda de ciudad cada cuatro años. O una arquitecta en Oaxaca que diseña con símbolos en vez de planos.
Y sin embargo, todas entienden lo que es llevarla.
No por su idioma, sino por su carga.
Las letras, como los nombres, se pronuncian distinto en cada lengua.
Pero lo que representan —memoria, afecto, afirmación—
es universal.
En una época de movilidad constante, de vidas nómadas,
de identidades que ya no caben en casillas nacionales,
las joyas no solo decoran:
conectan.
Una letra puede ser la inicial de alguien amado.
O de un país.
O de un momento en la historia de una misma.
Letras sin idioma,
porque ya no pertenecen solo al alfabeto.
Pertenecen a quienes las usan como ancla,
como código,
como biografía portátil.
Y hay algo profundamente político —y profundamente bello—
en llevar sobre el cuerpo un signo que es, a la vez,
íntimo y compartido.
Pequeño y total.
Local y universal.
Porque cuando todo cambia —la ciudad, la voz, el clima, el acento—
hay símbolos que siguen sabiendo quiénes somos.
Aunque no tengan idioma.
Aunque no necesiten traducción.
<sub>Imagen: Rinko Kawauchi, Untitled, from the series Illuminance, 2011</sub>